Rafa y yo estuvimos dando vueltas, hablando como abuelitos y no necesitábamos nada más. Es agradable conocer a alguien y tener la complicidad suficiente como para no estar haciendo gran cosa y estar feliz, sin más. Recorrimos Londres, pero ambos caímos en la conclusión de que mucha falta no nos hacía. Para mí los mejores momentos eran cuando descansábamos, o montábamos en autobús o en el metro, sentados, hablando, observando a la gente dispar que entraba al vagón. En una ocasión recuerdo que se sentaron en frente nuestro dos ingleses con pinta de científicos, uno con la corbata sobre el hombro, a causa del viento. Su compañero en cambio tenía los pelos electrizados, blancos, con una gran sonrisa y mofletes sonrojados. "Tienen pinta de bonachones" me dijo Rafa y cierto es que buenga gente parecían, al menos graciosos. Dos sitios más a la derecha había un asiático que bien podría ir con ellos, con maletín de cuero negro y gafas redondas. Enfundado en su traje y con cara de matemático mientras leía un libro de un grosor considerable.
Ahora que lo pienso, observar a la gente es un buen ejercicio, a poder ser creativo... caras, conversaciones, situaciones que inspiran historias. O sino que tire la primera piedra el que no ha visto alguna vez a alguien y se ha imaginado de dónde viene o qué le pasa, casi convenciéndonos de que estamos en lo cierto. Ai, cómo me gustan este tipo de cosas. ¿Estaba hablando de Rafa? cómo se me va.
Ahora que lo pienso, observar a la gente es un buen ejercicio, a poder ser creativo... caras, conversaciones, situaciones que inspiran historias. O sino que tire la primera piedra el que no ha visto alguna vez a alguien y se ha imaginado de dónde viene o qué le pasa, casi convenciéndonos de que estamos en lo cierto. Ai, cómo me gustan este tipo de cosas. ¿Estaba hablando de Rafa? cómo se me va.
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