domingo, 22 de agosto de 2010

DÍA 4. Argentina, Buenos Aires


Era demasiado pronto para formarse una opinión de la ciudad, pero si le preguntaban decía cosas como "la gente es amable" y "hay muchos semáforos". Lo que no le contó a nadie fue lo que le había ocurrido al tercer mes de estar en esa ciudad, de nombre Buenos Aires.
Tenía apenas 20 años, provenía de una familia humilde en la cual la figura paterna se había perdido tras una trágica muerte accidental que bien se podría haber evitado facilmente, pero el camino quiso que fuera así y nada se pudo hacer. Siendo el único varón, decidió probar suerte al otro lado del charco y Argentina fue su destino.
Argentina fue la primera toma de contacto para él de lo que era una ciudad, nunca había visto tal amasijo de gente y tanto caos concentrado en un espacio tan grande. De donde él provenía lo más parecido a eso eran las fiestas del pueblo, que en sus mejores tiempos se hubieron podido juntar cincuenta o sesenta personas, no más. El primer y segundo mes apenas los recuerda, fueron tantos los sentimientos vividos que el tiempo pasó volando, hasta llegar el tercer mes, en ese mes se produjo el detonante definitivo, lo que le hizo despertar y tomar una actitud diferente ante la vida. Se había dado cuenta que las cosas funcionaban diferente de donde él venía: allí la gente miserable robaba a la gente aún más miserable y no había compasión ni remordimientos, era la ley del más fuerte, era la selva y en esos momentos él era más parecido a un babuino que a un león, pero no por mucho tiempo.
"Nos paga 200.000 pesos y obtendrá el coche y la licencia para conducir su propio taxi", "no es mala idea" pensó, un taxi podría proporcionarle una relativa libertad, además desde que llegó había estado deseando conducir. Sin pensarlo demasiado, decidió ingresar el dinero en la cuenta que indicaba el anuncio. Estaba implicado el gobierno, eso le dió confianza "no creo que el gobierno se vaya a meter en ninguna estafa" meditaba de camino al banco. Los días pasaron y en su domicilio no recibió ningún coche ni licencia ni esperanza alguna de que tal anuncio fuera a hacerse realidad, por lo que, lleno de ira se dirigió a las oficinas de la comitiva. Allí vió que no era el único afectado sino que había al rededor de doscientas personas rabiosas, hablando en murmullos pero al fin y al cabo, inmóviles. Como doscientos influyen más que uno y sin saber bien lo que hacía, se dirigió a un pequeño grupo que a primera vista parecía el grupo más rabioso, les comentó de ir al gabinete de prensa y pedir una entrevista para que así saliera en los medios, pero al estar implicado el gobierno, éstos no quisieron saber nada al respecto. En ese momento, en el que no había ya nada que perder, pensó en voz alta la idea de arremeter, a pedrada limpia contra las oficinas "para listos nosotros" gritó en voz alta.
La multitud ya se dirigía decidida, con cualquier objeto en sus manos, cuando un hombre de traje se acercó al protagonista de esta historia, con aire sosegado a la vez que desafiante y le invitó a negociar en una de las habitaciones del edificio "no queremos líos" le dijo al oído. Sospechosamente fueron a la habitación más íntima de todo el edificio, al sótano. Abrieron la puerta y se encontró una mesa redonda de madera maciza con cinco pistolas encima. "Te crees el guapito, te podemos meter un tiro" le dijo uno de los mafiosos, "Sino me matáis ahora vengo yo otro día y os pego un tiro a vosotros". Ellos rieron, rieron alto, miraban con cierta gracia al hombrecillo envalentonado que no sabía bien donde se estaba metiendo. "Te devolvemos un cheque con los 200.000 pesos si callas a la multitud de fuera", "acepto". Cogió su cheque y se dirigió hacia fuera, con el cheque entre las manos y elevnándolo de tal manera que todos alcanzaran a verlo y dijo en voz alta "yo ya he recibido mi cheque, en unos días tendréis todos el vuestro, podéis iros tranquilos".
La gente allí no se lo creía, se lo agradecieron, y nuestro babuino convertido en león corrió al banco más cercano a hacer efectivo el cheque y con sus 200.000 pesos de nuevo en su bolsillo, volvió a casa sabiendo que ya nunca volvería a ser el mismo, comenzó a interpretar la vida de otra manera.

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